En la legislatura de Formosa no hay sesiones, hay simulacros. No hay debates, hay monólogos vacíos. No hay proyectos, hay humo. Y, como si fuera poco, tampoco hay democracia: el oficialismo hace y deshace a su antojo, bajo el comando de un par de títeres obedientes.
Lo que se vivió el jueves en el recinto fue apenas una postal más del patético espectáculo al que nos tienen acostumbrados. La diputada Gabriela Neme intentó, una vez más, ejercer su derecho a la palabra —derecho básico, garantizado reglamentariamente—, pero el dúo dinámico formado por Agustín Samaniego y Armando “Papacito” Cabrera se encargó de cerrarle la boca. Samaniego alzó una ceja (su sofisticado método de comunicación política), Cabrera entendió la seña, y ¡zas!, censura en vivo y en directo.
Así funciona la legislatura más inútil del país: donde los sueldos millonarios se cobran puntualmente, pero el trabajo legislativo brilla por su ausencia. El oficialismo solo trata los proyectos que baja el Ejecutivo —cuando baja alguno, porque ni para eso hay constancia—. La “producción” propia se limita a declarar de interés el “Festival del Grillo Rengo”, el “Campeonato de Hockey en Patineta” o la “Fiesta del Violín de Lata”. Mientras Formosa se hunde en problemas reales, los legisladores se entretienen aplaudiendo pelotudeces.
Lo del jueves, con la censura a Neme, no fue un hecho aislado: es la regla. Ya ha pasado con Mara Amarilla, Miguel Montoya, Agostina Villaggi, y seguirá pasando mientras la legislatura siga siendo una escribanía sin dignidad. La violencia verbal y el hostigamiento, que en muchos casos ya bordea la violencia de género, son sistemáticamente tapados por una justicia provincial que solo actúa como guardián del statu quo.
Pero lo más tragicómico del asunto es que los mismos radicales que en la sesión se fueron ofendidos del recinto, fueron los que votaron a favor de que “Papacito” Cabrera siga sentado en la presidencia. Ahora se rasgan las vestiduras. Demasiado tarde, muchachos. Son socios de su propio desastre.
Entre los ilustres ñoquis provinciales tenemos a figuras estelares como Carlín Infrán, hermano del gobernador, cuyo mérito consiste en… ser hermano del gobernador. Y Agustín Samaniego, un médico devenido en barrabrava legislativo, que ni siquiera tiene la decencia de disimular su mediocridad. De proyectos, ni hablar: no hay uno solo que lleve su firma.
Cada sesión es una parodia que causaría gracia si no costara millones de pesos del bolsillo de los formoseños. No es casual que hayan hecho del recinto un lugar oscuro, inaudible, casi clandestino. Les conviene que nadie vea ni escuche la nada que producen.
Formosa merece legisladores de verdad, no estos payasos que insultan la memoria de quienes lucharon por la democracia. Si los viejos militantes peronistas pudieran ver lo que hoy hacen en su nombre, se volverían a morir, esta vez de vergüenza.
(Por Leonardo Fernández Acosta).